martes, 21 de junio de 2011


LA MASACRE MINERA DE SAN JUAN

La masacre minera de San Juan, acaecida en la madruga del 24 de junio de 1967, no figura en las páginas oficiales de la historia de Bolivia, aunque se mantiene viva en la memoria colectiva y se la transmite a través de la tradición oral, de generación en generación, convirtiéndola en algunos casos en cuentos y leyendas, como sucede con los hechos históricos que se resisten a sucumbir entre las brumas del olvido. Y si lo cuento aquí y ahora, es porque fui testigo de esa horrenda masacre a los tres días de haber cumplido los nueve años de edad.

Todo comenzó cuando las familias mineras se retiraban a dormir después de haber festejado el solsticio de invierno alrededor de las fogatas, donde se bailó y cantó al ritmo de cuecas y wayños, acompañados con ponches de alcohol, comidas típicas, coca, cigarrillos, cachorros de dinamita y cuetillos. Mientras esto sucedía en la población civil de Llallagua y los campamentos de Siglo XX, las tropas del regimiento Ranger y Camacho, que horas antes habían tendido un cerco al amparo de la noche, abrieron fuego desde todos los ángulos, dejando un saldo de una veintena de muertos y setenta heridos entre las punzadas del frío y los silbidos del viento.

Se estima que los soldados y oficiales, que ingresaron por la zona norte entre las nueve y once de la noche, partieron en trenes desde la ciudad de Oruro la tarde del 23 de junio. El sereno de la tranca, que los vio llegar armados dentro de los vagones, intentó informar a los dirigentes del sindicato y las radioemisoras, pero fue intimidado por los oficiales que prosiguieron su marcha. Así, alrededor de las cinco de la mañana, comenzó la balacera para victimar a hombres, mujeres y niños. En un principio, ante el ataque sorpresivo, algunos confundieron las ráfagas de las ametralladoras con los cuetillos y el estampido de los morteros con la explosión de las dinamitas.

La empresa, en complicidad con los masacradores, cortó la luz eléctrica aquella madrugada, para que las radios no pudiesen transmitir ninguna alarma a los pobladores; en tanto los soldados, que estaban apostados en el cerro San Miguel, cercano de Canañiri, La Salvadora y el Río Seco, bajaron como recuas de asnos por la escarpada ladera y ocuparon a fuego los campamentos, la Plaza del Minero, la sede del sindicato y la radio La Voz del Minero, donde fue asesinado el dirigente Rosendo García Maisman, quien, parapetado detrás de una ventana, defendió la radio con un viejo fusil en la mano.

La matanza duró varias horas bajo el sol del 24 de junio. Los muertos se desangraban junto a las cenizas de las fogatas y los heridos acudían al hospital, mientras las madres, aterradas por los disparos y los gritos, intentaban calmar el miedo y el llanto de sus hijos. En medio del caos y el espanto, no faltaron los hombres que, en un intento desesperado por defenderse, se armaron de dinamitas y capturaron a algunos soldados, a quienes les despojaron de sus uniformes y les quitaron sus armas. Pero todo hacía suponer que era ya demasiado tarde para preparar una resistencia organizada. En la Plaza del Minero se llenaron los soldados y la jurisdicción de la provincia Bustillo fue declarada zona militar.

La masacre fue ejecutada por órdenes expresas de René Barrientos Ortuño, cuyo gobierno bajó los salarios a niveles de hambre, desabasteció las pulperías, prohibió el fuero sindical y desató una sañuda persecución contra los dirigentes políticos y sindicales, con el propósito de destruir sistemáticamente el eje principal de la resistencia en el seno del movimiento obrero. De hecho, según testimonios de primera mano, se sabe que para el 24 de junio se tenía previsto la realización del ampliado nacional de los mineros en Siglo XX, con el fin de exigir un aumento salarial y apoyar a la guerrilla del Che con dos mitas de su haber, equivalentes a dos jornadas de trabajo. Una suma importante si se considera a los aproximadamente 20.000 trabajadores que por entonces tenía la Corporación Minera de Bolivia (COMIBOL).

El gobierno y las Fuerzas Armadas, informados de los preparativos del ampliado y asesorados por la CIA, se apresuraron en ocupar los centros mineros para evitar cualquier apoyo moral y material destinado a los guerrilleros que se batían a tiros en las montañas de Ñancahuazú. Consiguientemente, lejos de la ilusión de encender una chispa libertaria en el continente americano, los mineros del altiplano y los guerrilleros comandados por el Che eran asesinados con las mismas armas y por los mismos enemigos, separados los unos de los otros, sin verse la cara ni compartir la misma trinchera contra los mercenarios de la CIA y las tropas del ejército boliviano.


René Barrientos Ortuño, quien sabía maniobrar sus siniestros planes respaldado en el pacto militar-campesino, que él mismo estableció con la burocracia oficialista de los sindicatos del agro, justificó la masacre bajo el pretexto de que el ejército tuvo que disparar en defensa propia y que era necesario combatir el proceso subversivo de los mineros en Siglo XX, dispuestos a organizar un foco guerrillero para plegarse a la gesta armada de los barbudos extranjeros en Ñancahuazú.

Al mismo tiempo que la indignación popular corría como reguero de pólvora a lo largo y ancho del país, los sindicatos clandestinos organizados en el interior de la mina, aparte de declarar por unanimidad un paro de 48 horas en protesta contra la masacre, ratificaron sus justas demandas: retiro de las tropas del ejército, devolución de la sede del sindicato y de la radio La Voz del Minero; respeto al fuero sindical, libertad incondicional para los dirigentes detenidos y confinados, indemnización a las viudas de los asesinados y exigencia para que no sean desalojadas del campamento; reposición de los salarios a los niveles de mayo de 1965 y, como si fuera poco, se fijó también una cuota quincenal de diez pesos por obrero, para gastos del sindicato y para adquirir armas. La resistencia popular, en escala nacional, encontró su vanguardia indiscutible en los sectores mineros que, por su alto grado de conciencia política y convicción combativa, estaban decididos a defender sus derechos más elementales y continuar declarando a Siglo XX territorio libre, en un franco desafío contra la dictadura militar.

A la masacre siguió la represión y el despido de los agitadores de sus fuentes de trabajo. Unos fueron a dar en las mazmorras y otros en el exilio, las viudas y los huérfanos fueron expulsados del campamento sin indemnización ni derecho a nada y la masacre de San Juan quedó en la impunidad. La ola de persecución se planeó en el Alto Mando Militar, con el claro objetivo de liquidar físicamente a los dirigentes más esclarecidos de la resistencia obrera. Así fue como dieron con el paradero de Isaac Camacho, uno de los principales líderes de los sindicatos clandestinos, a quien, luego de apresarlo el 29 de julio, en una casa cercana de la Plaza Nueva en Llallagua, lo torturaron brutalmente y lo desaparecieron sin dejar rastro alguno.

René Barrientos Ortuño, además de la masacre minera, fue el responsable directo del asesinato, encarcelamiento, tortura y desaparición de varios opositores a su gobierno, hasta el día en que murió calcinado en el mismo helicóptero que le obsequiaron sus aliados del norte. No obstante, a pesar de los múltiples testimonios de esta sombría historia, todavía hay quienes exaltan su patriotismo y le llaman el general del pueblo; cuando en realidad no era más que un simple general golpista, un aviador entrenado en Estados Unidos y un servil lacayo del imperialismo, que supo aprovechar su mandato presidencial para saquear los recursos naturales en medio de un país que se desangraba en la miseria y lloraba a sus muertos bajo la bota militar.

sábado, 18 de junio de 2011



En la presente entrevista, concedida por el escritor Víctor Montoya al periodista chileno Luis Garrido, se aborda el tema del lenguaje y la fantasía en el contexto de la literatura infantil, a partir de la consideración de que el autor debe zambullirse en los pensamientos y sentimientos de los niños.

FANTASÍA Y LITERATURA INFANTIL

La actividad lúdica de los niños, como la fantasía y la invención, es una de las fuentes esenciales que le permite reafirmar su identidad tanto de manera colectiva como individual. La otra fuente esencial es el descubrimiento de la literatura infantil cuyos cuentos populares, relatos de aventuras, rondas y poesías, le ayudan a recrear y potenciar su imaginación.

La literatura infantil, aparte de ser una auténtica y alta creación poética, que representa una parte esencial de la expresión cultural del lenguaje y el pensamiento, ayuda poderosamente a la formación ética y estética del niño, al ampliarle su incipiente sensibilidad y abrirle las puertas de su fantasía.

Sin embargo, así como la fantasía es un poder positivo, que estimula la creatividad humana, es también un poder peligroso, si a través de ella se exaltan valores que rompen con las normas morales y éticas de una sociedad determinada. Claro está que la fantasía por la fantasía no es ninguna garantía para que la literatura sea de por sí buena y sus fines constructivos. La fantasía, como cualquier otra facultad humana, puede ser usada como un recurso negativo. Esto ocurre, por citar un caso, cuando por medio de una obra literaria se proyectan prejuicios sociales o raciales, con el fin de lograr objetivos que son negativos para la convivencia social y la formación de la personalidad del niño.

Afortunadamente, gracias a la acción de los mecanismos de la imaginación, tanto el transmisor (autor) como el receptor (lector), saben que el argumento y los personajes de una obra literaria no siempre corresponden a la realidad, sino a la fantasía de su creador, quien, a diferencia de lo que sucede en la vida concreta, determina con su imaginación el destino de los personajes, el hilo argumental, la trama y el desenlace de la obra. En este caso, la fantasía del autor nos acerca a una nueva realidad que, aun siendo ficticia, ha sido inventada sobre la base de los elementos arrancados de la realidad. Asimismo, la fantasía no sólo cumple una función invalorable en la vida del escritor, sino también del hombre de ciencia. La fantasía prueba las posibilidades del pensamiento, encuentra nuevos medios y realiza los proyectos que luego se modifican con un pensamiento crítico. La fantasía es una palanca que sirve para transformar una realidad determinada y crear una obra que aún no existe.

Si bien es cierto que los cuentos populares han amamantado durante siglos la fantasía de grandes y chicos, es también cierto que ha llegado la hora de plantearse la necesidad de forjar una literatura específica para los niños, una literatura que desate el caudal de su imaginación y se despliegue de lo simple a lo complejo; de lo contrario, ni el libro más bello del mundo logrará despertar su interés, si su lenguaje es abstracto, su sintaxis intrincada y su contenido exento de fantasía.

Se debe partir del principio de que la imaginación está estrechamente vinculada al pensamiento y que el pensamiento mágico del niño hace de él un poeta por excelencia. Toda obra que se le destine debe tener un carácter imaginario, un lenguaje sencillo y agradable, sin que por esto tenga que simplificarse o trivializarse. A este texto, depurado de toda lisonja idiomática, moral y retórica, se le debe añadir, en el mejor de los casos, ilustraciones que despierten su interés. Sólo así se garantizará que el niño encuentre en la obra literaria a su mejor compañero.

Las joyas literarias más codiciadas por los niños son los cuentos fantásticos, que narran historias donde los árboles bailan, las piedras corren, los ríos cantan y las montañas hablan. Los niños sienten especial fascinación por los castillos encantados, las voces misteriosas y las varitas mágicas.

El cuento, género en el que todo es posible, también ha despertado el talento y la creatividad de muchos hombres célebres, y, para ilustrar esta afirmación, valga recordar la anécdota vertida por la bibliotecaria norteamericana Virginia Haviland, en el XV Congreso Internacional del IBBY, celebrado en Atenas en 1976: Un día, una madre angustiada se dirige al padre de la teoría de la relatividad para pedirle un consejo: ¿Qué debo de leerle a mi hijo para que mejore sus facultades matemáticas y sea un hombre de ciencia? Cuentos, contestó Einstein. Muy bien, dijo la madre. Pero, ¿qué más? Más cuentos, replicó Einstein. ¿Y después de eso?, insistió la madre. Aún más cuentos, acotó Einstein.

Los poetas, sabios y niños, conocen los dones que los cuentos populares otorgan a los humanos para que éstos no pierdan el enlace con el maravilloso mundo al que tuvieron acceso en un tiempo remoto, y que aún siguen añorando. Dimensión mágica a la cual se refirió Alexander Solzhenitsin en su discurso de agradecimiento por el Premio Nobel de Literatura, que se le concedió en 1970: Hay cosas que nos llevan más allá del mundo de las palabras; es como el espejito (diría también Alicia mirándose en el espejo inventado por Lewis Carroll) de los cuentos de hadas: se mira uno en él y lo que ve no es uno mismo. Por un instante vislumbramos lo inaccesible, por lo que clama el alma.

Nadie sabe con certeza a qué edad, de qué forma o en quécircunstancia aparece la imaginación en el niño. Empero, la aparición de las imágenes de la fantasía, que juegan un rol preponderante en su vida, es el resultado de la actividad del cerebro humano, compuesto de dos hemisferios que poseen numerosas circunvoluciones, que ponen en funcionamiento tanto la imaginación como otros procesos psíquicos.

Por la importancia que reviste la imaginación en los niños, los psicólogos han dividido la evolución de la fantasía en etapas: la primera, consiste en el paso de la imaginación pasiva a la imaginación activa y creadora; la segunda, conocida con el nombre de “animismo”, es la etapa en la cual el niño atribuye conciencia y voluntad a los elementos inorgánicos y a los fenómenos de la naturaleza. La fantasía del niño tiene tanto poder que es capaz de dotarle vida al objeto más insignificante. Por ejemplo, los de edad preescolar, al margen de personificar las funciones cotidianas de ciertos individuos del conglomerado social, pueden también personificar las letras del abecedario, decir que la letra a es una señora gorda y la i un caballero con sombrero.

El niño parece un hombre primitivo que, deslumbrado por lo desconocido y maravilloso, cree que los astros son seres fantásticos dominando sobre él y a quienes se les debe rendir pleitesía como lo hacían los incas al sol y la luna. Su imaginación galopante crea personajes esotéricos; unas veces bellísimos y otras horribles; de su temor surgen las hadas y los duendes, que lo protegen y lo amenazan. Los mitos y las leyendas, en sus versiones más sencillas, le encantan y sobrecogen como al hombre primitivo. Además, en este período entra en contacto con la escuela, el maestro y la literatura, que lo conducen de la mano por un mundo lleno de fantasía y misterio

Lo cierto es que la fabulación del niño no tiene nada que ver con la mitomanía del adulto. Para el niño es normal trocar la realidad en fantasía y la fantasía en realidad; la mentira en el adulto, en cambio, es una alteración de la verdad de manera voluntaria y consciente. No obstante, desde la más remota antigüedad hasta nuestros días, muchos siguen considerando al niño como un “homúnculo” (adulto en miniatura) y siguen exigiendo de él un razonamiento lógico, a pesar de que la psicología evolutiva ha demostrado que el niño tiene un dinamismo propio que lo diferencia del adulto.

La fantasía, al igual que el pensamiento, es uno de los procesos cognoscitivos superiores que nos diferencia de la actividad instintiva de los animales irracionales. No es casual que en el plano laboral sea imposible empezar un trabajo sin antes imaginar su resultado. La fantasía es tan importante para construir una mesa como para escribir un libro, pues ambos requieren ser planificados por anticipado, para obtener el mismo resultado que se concibió por medio de la imaginación; un aspecto que es indispensable en el trabajo artístico, científico, literario, musical y en todas las actividades en las cuales interviene la capacidad creativa.

sábado, 11 de junio de 2011


FRAGMENTOS DE UNA CONVERSACIÓN ÉTICA

Esta fotografía atroz, publicada en un libro de texto, causa un impacto difícil de olvidar, pues la suerte de este gato, atrapado por un instrumental de experimentos, es peor que la de los ciudadanos condenados a la tortura y la pena de muerte. Es cuestión de mirarle a los ojos para adivinar el pánico y el dolor que lo atormentan en medio de un laboratorio donde los humanos parecen no haberse despojado de sus instintos salvajes. Como fuere, esta fotografía, que representa la insensatez de una sociedad que destruye la naturaleza a nombre de la civilización y el progreso, me trajo a la mente una discusión ética que escuché alguna vez en el metro de Estocolmo, entre una mujer sueca y un hombre de origen extranjero.

...Estoy de acuerdo con el experimento en los animales dijo él, sobre todo, si se trata de la investigación farmacológica para salvar la vida de millones de personas; de otro modo, sería difícil curar las enfermedades y conseguir los medicamentos contra el cáncer y el SIDA. De no experimentarse en los animales, ¿quién estaría dispuesto a ser el “conejillo de indias”? Vivimos en una época conflictiva y los humanos tenemos la urgencia de buscar medios que permitan protegernos de la radioactividad y de las armas químicas que amenazan nuestras vidas...

Para empezar replicó ella, debemos respetar la vida, y los animales, al igual que nosotros, son seres vivos, y el someterlos a experimentos es una aberración que sólo se les puede ocurrir a los hombres. Cada año se matan a millones de animales indefensos en los laboratorios de los países industrializados, no sólo en afán de encontrar medicamentos más efectivos contra las enfermedades, sino también productos comerciales que benefician a un reducido grupo de interesados. Además, estoy en contra de consumir carne de animales manipulados genéticamente y engordados con alimentos transgénicos. Estoy en contra de utilizar las pieles para fabricar abrigos de lujo y de maquillarme la cara con cremas que fueron probadas en animales, los mismos que perdieron la vida a cambio de lanzar al mercado una nueva maravilla cosmética que disminuya las arrugas y la edad de las mujeres. Prefiero una vida ecológica, en armonía con la naturaleza, y retirada de las zonas industriales, cuyos gases y deshechos están contaminando el medio ambiente y destruyendo las moléculas de la capa de ozono, que nos protege de las fracciones ultravioletas de la luz solar.

Lo que es yo dijo él, no rechazo las comodidades materiales que me brinda la sociedad moderna. Estoy de acuerdo con la ingeniería genética y con el avance de la tecnología, a pesar de los riesgos que esto implica. Vivo en una Era cibernética desde cuando entró en mi casa ese medio subversivo que se llama Internet, que, a través de las redes sociales, me pone en contacto con el mundo de manera más efectiva y veloz que el correo, el fax o el teléfono. Por ejemplo, ya no se puede hablar de censura de prensa ni de opinión en un mundo globalizado en el cual la fotocopia es un hecho trivial, en el que cualquiera puede grabar un video y descargar música MP3 gratis; un mundo con fax, impresor láser y una tecnología que está disponible incluso para hacer contactos eróticos. Lo demás, a estas alturas de la historia, es puro fanatismo ecológico...

Ella guardó silencio por un instante, después contraatacó con firmeza:

No es fanatismo cuando uno corta el agua de la ducha mientras se jabona o cierra el grifo del lavabo mientras se cepilla los dientes. No es fanatismo reciclar la basura doméstica, elegir electrodomésticos que ahorren energía y utilizar productos que no envenenen el agua ni el aire. Yo mismo separo el papel y el cartón de los restos de basura orgánica para reciclarlos. Tampoco tiro productos químicos, pinturas o medicinas al tacho de basura. Almaceno botellas y envases de vidrio para luego depositarlos en los contenedores. Vivo en una casa que tiene muebles de madera y no de plástico; en el dormitorio tengo una cama hecha de algodón, las cortinas y tapete son de tejidos naturales y las colchas están hechas de telas recicladas...

Ya no estamos en la Edad de la Piedra dijo él. Hace tiempo que el hombre se ha erguido de su condición de primate. La ciencia ha avanzado a un ritmo galopante y, gracias a la invención de la tecnología, el mundo parece haberse hecho cada vez más pequeño, quizás en desmedro de la ecología, pero sí en provecho de la humanidad.

De cualquier modo dijo ella, el acoso a especies animales y vegetales, la superpoblación y la pobreza son amenazas serias y reales. La temperatura media de la atmósfera aumenta 0,33 grados por década y los deshechos arrojados a las aguas superan los 20.000 millones de toneladas. Es decir, los mares se han convertido en el sumidero mundial, a ellos vertemos todo los productos que despreciamos en la sociedad de consumo, como si del mar, además de toda el agua que permite la vida sobre el planeta, no proviniera la alimentación básica del 20% de los humanos. En la sociedad llamada moderna nada ha crecido tanto como la pobreza y la basura. Nos estamos envenenando poco a poco y estamos al borde de una catástrofe ecológica...


Cuando el metro llegó a la estación de Slussen,  ellos se bajaron del vagón, mientras yo proseguí mi camino, pensando en que este tipo de conversaciones éticas valen la pena, aunque nadie es el dueño de la verdad absoluta. Pero eso sí, de una cosa estoy seguro: el experimento en los animales seguirá siendo un tema controvertido que dividirá la opinión pública entre unos que están en contra y otros que están a favor, porque en esta vida, como en la política y en el matrimonio, todo es discutible, excepto la muerte.

lunes, 6 de junio de 2011


LLALLAGUA, UNA POBLACIÓN MINERA EN LOS ANDES

En estos cerros, que los indígenas bautizaron con el nombre de Llallagua, porque sus formaciones se parecían a la del tubérculo de la buena suerte, Simón I. Patiño, uno de los magnates de la minería boliviana, halló el yacimiento de estaño más rico del mundo a fines del siglo XIX. Desde entonces, Llallagua se convirtió en el nuevo Potosí, y Simón I. Patiño, quien luchó contra las rocas como un conquistador sin espada ni coraza, se convirtió en el Rey del Estaño y en uno de los pocos multimillonarios junto a Ford y Rockefeller.

Cuando yo llegué a vivir en Llallagua, donde todo es piedra sobre piedra, no conocí a Patiño ni vi sus riquezas distribuidas entre los hambrientos de esta tierra, salvo las maquinarias modernas de su Empresa, donde se trituraban los trozos del mineral con la misma intensidad con que se trituraban los pulmones de los mineros. En Llallagua pasó lo que pasó en otras partes: unos cardaron la lana y otros se embolsillaron la plata. Pues el hecho de vivir como yo vivía, en una casa donde faltaba la luz eléctrica, el agua potable, la cocina a gas y los vidrios en las ventanas, me hizo comprender que la vida es como un embudo: ancho para unos y angosto para otros.

En esta zona periférica de Llallagua, donde las casas parecen la normal prolongación del suelo, transcurrió mi infancia sin más consuelo que una vida hecha de sueños y esperanzas. Viví como viven los habitantes del altiplano, en medio de los cerros escarpados y a cuatro mil metros sobre el nivel de la miseria. Sabía, sin embargo, que las famosas minas de Siglo XX, que están al otro lado de este río, dieron de mamar al mundo su riqueza a cambio de pobreza.

Los mineros -conscientes de que el estaño que extraían del vientre de la  montaña, arrojando sus pulmones petrificados por la silicosis, volvía a la nación convertido en armas y dinero, que los ricos usaban para perpetrar masacres y tramar golpes de Estado- se apoderaron de lo más avanzado de la doctrina revolucionaria y se lanzaron a luchar por mejorar sus condiciones de vida en actitud beligerante, que los poderes de dominación se encargaron de arremeter y ahogar en sangre. Así ocurrió desde la masacre de Uncía en 1923, hasta la masacre de San Juan en 1967; un suceso trágico que me tocó vivir de cerca y del que todavía conservo un espeluznante recuerdo. Todo sucedió el mismo año en que estalló la guerrilla del Che en Ñancahuazú y el mismo año en que los esbirros del gobierno hicieron desaparecer al dirigente minero Isaac Camacho, a quien lo vi por última vez en mi casa, por donde pasó enfundado en un abrigo negro y un cigarrillo en los labios, pocos días antes de que fuera apresado y desaparecido.

Si se considera que el medio ambiente es decisivo en la formación del carácter del individuo, entonces es lógico suponer que el mío se parece a la topografía árida y pedregosa del altiplano. No es casual que de niño, incluso estando entre los amigos, me sentía casi siempre como un convidado de piedra; era parco en las palabras y huraño con los desconocidos. Mas no por esto dejé de jugar en el canchón de piedras apiladas, que había entre las paredes de mampuesto y el río, donde jugábamos fútbol con una pelota de trapo, hasta reventarnos los pies de tanto tropezar con las piedras. Por las noches, reunidos en este mismo canchón, nos contábamos cuentos de espantos y encantos. Cuando los niños pequeños se recogían a dormir, los más grandes, sentados al alrededor de un mechero de carburo, pasábamos de los cuentos de aparecidos a los cuentos colorados, enmedio de una algarabía que parecía hacer ecos en las laderas del río.

A veces, agrupados en bandas de rapazuelos, nos enfrentábamos en una batalla campal contra los niños que vivían en la calle paralela. Ellos, los de patacalle*, nos atacaban haciendo silbar las hondas en el aire, mientras nosotros, protegidos por escudos de lata, cartón o madera, resistíamos la embestida sin más armas que el coraje. O sea que en este río, seco en verano y caudaloso en épocas de lluvia, no faltaban niños que volvían al seno familiar con la cabeza rota por una pedrada.

En esta población, donde las calles y las casas han sido construidas sin la precisión de los arquitectos, nació el primer bastión del sindicalismo minero y en ella se echaron a rodar los dados de la suerte económica del país, hasta que el gobierno de Víctor Paz Estenssoro lanzó el decreto 21060 en 1985, obligando a las familias mineras a desplazarse hacia las ciudades en calidad de relocalizados.

Llallagua dejó de ser el laboratorio de la revolución boliviana y el Tío (deidad del bien y del mal; amo y señor de los mineros y las riquezas minerales) quedó abandonado en los socavones. Y, lo que es peor, varias de estas casas, que a la distancia parecen una manada de llamas trepando al cerro, dejaron de existir desde cuando alguien prendió una vela cerca de los cajones de dinamita que guardaba un comerciante. La explosión, según me contó un amigo a su paso por Suecia, tuvo consecuencias funestas; los techos de calamina volaron por los aires y las paredes volvieron a su estado natural. Un hecho inverosímil que no quise aceptar, porque en mis adentros sentía como si una parte de mi infancia hubiese quedado suspendida en el vacío.


Con todo, esta fotografía captada por Michel Desjardins, y publicada en el libro Bolivia, beskrivning av ett u-land (Bolivia, descripción de un país subdesarrollado), de Sven Erik Östling, ha sido un motivo suficiente para reflexionar sobre la tragedia de esta población minera en los Andes y para recordar, con una extraña sensación de amor-odio, la casa donde transcurrió mi infancia; la misma que, por esos azares del destino y por esa maldita explosión de dinamitas que la esparció sobre el río, no volveré a ver ni a pisar por el resto de mis días.

Glosario
Patacalle: Calle de arriba.
Relocalizados: Obreros despedidos de la mina y echados a la calle.
Tío: Deidad. Diablo y dios tutelar que habita en el interior de la mina. Los mineros le temen y le brindan ofrendas. 

miércoles, 1 de junio de 2011


AUGUSTO CÉSPEDES Y EL PANFLETO LITERARIO

La novela de Augusto Céspedes forma parte de una serie denominada Tredje Ögat (El Tercer Ojo), que la editorial Askild & Kärnekull destinó a los lectores suecos, con el apoyo económico de una institución estatal y bajo el cuidado de prestigiosos traductores, como es el caso de Lena Melin, quien también tradujo Yo el Supremo, de Augusto Roa Bastos.

Entre los ocho libros que componen esta serie, cuyos autores son africanos, asiáticos y latinoamericanos, Metal del diablo es la obra que representa a Bolivia, un país conocido más por el narcotráfico y los golpes de Estado que por su literatura, aunque Céspedes manifestó que los bolivianos tienen dos riquezas: sus materias primas y sus escritores, y que ambos podían venderse.

De cualquier modo, para quienes conocemos su prosa llena de vigor, causticidad y casi siempre impregnada de un sabor político, resulta interesante releer Metal del diablo en el idioma de August Strindberg, puesto que Céspedes es uno de los pocos autores bolivianos que han tramontado las fronteras nacionales y su nombre figura entre los escritores más connotados del mundo hispanoamericano.

Los personajes de sus cuentos y novelas, retratados con ironía y mordacidad, son seres que han vivido y actuado en el escenario político nacional. En Sangre de mestizos y Crónica de una guerra estúpida, están presentes los soldados desnudos y hambrientos que participaron en la guerra tramada por la Standard Oil entre Bolivia y Paraguay; en El dictador suicida, El Presidente colgado, Salamanca, el metafísico del fracaso y Las dos queridas del tirano, aparecen los generales de la muerte y los presidentes criollos, cuyos dichos y hechos se parecen más a las fábulas que a la historia; en Metal del diablo, en cambio, nos ofrece la personalidad caricaturizada de Simón I. Patiño, el magnate minero que, durante varias décadas, fue dueño de una empresa transnacional, bajo cuya sombra se movía todo el aparato estatal boliviano.

Se cuenta que, cuando Céspedes presentó Metal del diablo al concurso convocado por la editorial Reinhardt de Nueva York, los familiares de Patiño, enfurecidos por el argumento de la novela, quisieron adquirir los originales para reducirlos a cenizas. A lo que Céspedes, valiéndose de su sutil ironía, replicó: que si de verdad estaban interesados en conocer la novela, mejor se compraran toda la edición, una vez que estuviera impresa. Con todo, apenas salió a luz, en 1946, fue censurada y quemada por los gobiernos que servían a la oligarquía minera.

A más de medio siglo de ese hecho insólito, cualquiera que lea el libro, indistintamente de su nacionalidad o condición de clase, advertirá que la intención del autor ha sido convertir Metal del diablo en la gran novela minera; intento que, empero, quedó frustrado por dos razones fundamentales:

1. Así como en el llamado realismo mágico de la literatura latinoamericana no se sabe dónde comienza la realidad y dónde termina la fantasía, tampoco se sabe en la obra de Céspedes dónde comienza el novelista y dónde termina el político, pues cada vez que intenta escribir algo concerniente a la realidad boliviana, aflora de inmediato el político y sus obras acaban por parecerse a los panfletos. No en vano algunos de sus críticos han aseverado que: el político frustra al novelista en Céspedes.

2. En sus obras, claramente impregnadas de una ideología nacionalista, no aparece la burguesía imperialista, sino sólo una pequeña parte de ella, encarnada en el protagonista de Metal del diablo, quien fue el mayor accionista de un trust que, al margen de triturar los pulmones de los mineros bolivianos, explotaba también a obreros de otras latitudes. En consecuencia, la novela de Céspedes no es más que un breve esbozo de la biografía grotesca de Patiño/Omonte, donde está ausente la verdadera historia del movimiento obrero boliviano. No es casual que la crítica sueca haya coincidido en señalar que: La obra de Céspedes quedó trunca entre la novela histórica y el panfleto literario.

Augusto Céspedes (Cochabamba 1904 – La Paz 1998). Narrador, historiador, abogado, periodista y diplomático. Durante su juventud actuó como oficial de reserva en la Guerra del Chaco, conflicto que inaugura un ciclo en la literatura nacional. De esta experiencia surge su primer libro de relatos en 1936. Se desempeñó como periodista en varios diarios de La Paz, especialmente en La Calle y La Razón, caracterizándose por sus artículos que apoyaban incondicionalmente los principios del Movimiento Nacionalista Revolucionario (MNR), partido del que fuera miembro fundador. En 1938 fue electo diputado por Cochabamba y, con la asunción de Villarroel en 1943, ocupó diversos cargos: Secretario General de la junta de Gobierno, Diputado por el distrito minero de Bustillo y Embajador ante Paraguay. Tras el derrocamiento del presidente Villarroel, y hasta la revolución boliviana de 1952, permaneció en la Argentina, donde publicó el libro que comentamos. La publicación de la obra no sólo desencadenó la crírica de la prensa oficial, sino que suscitó hechos políticos concretos: en 1947, durante una manifestación pública, fueron quemados numerosos ejemplares de Metal del diablo, junto con títulos de otros autores. Aunque En 1957 fue galardonado con el Premio Nacional de Literatura, se dedicó más a la política que a la literatura, no en vano solía repetir: Preferí ser un buen político en vez de ser un buen escritor.

Sus obras principales: Sangre de mestizos (1936), cuentos; El dictador suicida (1956), estudio biográfico del presidente Germán busch; El presidente colgado (1966), estudio histórico sobre el colgamiento del presidente Guarberto villarroel; Trópico enamorado (1968), novela; Salamanca o el metafisico del fracaso (1973), estudio histórico; Crónicas heroicas de una guerra estúpida (1975), crónicas de la Guerra del Chaco y Las queridas del tirano (1984), novela inspirada en la vida del dictador Mariano Melgarejo.