miércoles, 24 de septiembre de 2014


EL FANTASMA DE LA CHINA MORENA

Se dice que cuando la China Morena se dirigía hacia el prostíbulo donde trabajaba, satisfaciendo los deseos sexuales de sus clientes, un hombre de contextura robusta y rostro desconocido la interceptó en la oscuridad de la calle, la intimidó con un puñal y la arrastró hacia el pasadizo angosto de unas viviendas, donde le sustrajo el dinero que llevaba en la cartera.

No conforme con esto, le cortó las orejas y la cosió a puñaladas, antes de abandonarla desangrándose en el suelo y sin que nadie se percatara del horrendo crimen que, por la crueldad con que actuó el asesino, conmocionó a la población entera apenas la prensa publicó la noticia junto a una fotografía que la mostraba ataviada con traje de China Morena en la apoteósica entrada de la Virgen del Carmen.

Bastaba ver la fotografía, para imaginarse que se trataba de una mujer de facciones finas y proporciones perfectas; pechos abultados y caderas amplias que suspendían las polleras a la altura de los muslos, sus trenzas largas y gruesas, tendidas hacia adelante, se le precipitaban hasta su escultural cintura, donde llevaba una ch’uspa sujeta al cinto, aparentemente llena de monedas de plata, de ésas que se acuñaban en la Casa Imperial de la Moneda en Potosí.

Desde el día en que empezó a ejercer el oficio de meretriz, recién cumplidos los veinte años de edad, nadie sabía dónde vivía, ni quiénes eran sus progenitores, salvo que entre sus compañeras y clientes asiduos era conocida como Consuelo, un nombre de pila que se lo ganó a pulso, no sólo porque era capaz de consolar al semental más insaciable, sino también porque los clientes más desdichados en el amor encontraban un verdadero consuelo entre sus brazos.

Llamaba la atención por su trato amable, su sonrisa sensual y su imponente figura, aunque en el fondo de su alma escondía las vejaciones a las que a veces era sometida por algunos de los borrachos inescrupulosos que solicitaban sus servicios. Con todo, según las mismas trabajadoras sexuales, era la única que complacía los caprichos más exigentes de los jóvenes clientes y la única que, con la destreza en su oficio y el ardor de su cuerpo, les devolvía la virilidad perdida a los más viejos.

Desde la noche en que le segaron la vida y fue enterrada como difunta NN en una fosa común, tras una autopsia que le practicaron los peritos en la morgue, el fantasma de la China Morena se aparecía en la Ceja de El Alto, vestida con polleras de color púrpura y escarlata, con joyas de oro y piedras preciosas en las orejas, los dedos y el cuello; unos botines de cabritilla, una manta chalón sujeta al hombro derecho con topo de plata, un sombrero borsalino coronado con una alhaja en el lado derecho y una blusa escotada que dejaba entrever el naciente de sus senos parecidos a dos melones maduros, suaves y jugosos.

No había hombre que resistiera la tentación de sus carnes ni mujer que envidiara los encantos de su belleza; era una hembra que atrapaba la mirada de todos y provocaba revuelos allí donde se aparecía contoneando las caderas en su garbo caminar; es más, quienes se cruzaron en su camino, afirmaban que la China Morena llevaba una lata de cerveza en una mano y una matraca de quirquincho en la otra.

Los parroquianos, a poco de salir de su borrachera, comentaban haber visto el fantasma de la China Morena en los predios de la Alcaldía Quemada, como si aguardara la llegada de alguno de sus clientes, o bien la veían paseando por la Plaza del Lustrabotas, donde se aparecía para lamentar su dolorosa muerte y vengarse de los hombres que le causaron daños y traumas en su vida.

Su fama de prostituta profesional se perpetuó en la mente de sus clientes y sus historias de terror andaban en todas las bocas. No había una sola persona que no conociera algo sobre las maldades que encarnaba el fantasma de la China Morena. Y, aunque presentaba un aspecto de mujer inofensiva, era cruel con los borrachos, adúlteros y aficionados a los juegos de azar.

Para las prostitutas, que fueron sus leales compañeras, incluso para quienes le retiraron la palabra y la mirada por envidia y celo profesional, no cabía la menor duda de que el fantasma de la China Morena aparecía en la ciudad para cobrarse de muerta lo que le negaron en vida, para propinarles un castigo ejemplar a los hombres de mala fe y mala conciencia; pero ante todo, para reencontrarse cara a cara con su asesino, a quien le prometió, antes de desplomarse ensangrentada y moribunda, volver un día para arrancarle los testículos y dárselos a los perros.

No pocos dicen que poseía poderes sobrenaturales y que, de un momento a otro, hipnotizaba a los hombres que salían de los antros y, desorientados por los efectos del alcohol, deambulaban solos en las zonas periféricas de la ciudad, para luego llevárselos a rastras hasta los muladares, donde los abandonaba al nacer el día,  luego de bajarles los pantalones y aplacar sus impulsos sexuales.

Sus víctimas, al despertar desconcertados y tiritando de frío, se cubrían las vergüenzas y se retiraban a sus casas, con la certeza de que fueron poseídos por el fantasma de la China Morena, la misma que, en actitud de venganza y a modo de sentar el precedente de que son las mujeres quienes mandan sobre los varones domados, les dejaba, como advertencia y testimonio de su presencia entre los vivos, un chupón en el cuello y una cruz tatuada en el pecho.

Esta leyenda urbana, que se cuenta de boca en boca y en todos los ámbitos de la ciudad de El Alto, se ha extendido con el transcurso de los años, a tal extremo que no hay un solo cliente de los prostíbulos de la Zona 12 de Octubre, que no haya oído hablar algo sobre las destrezas sexuales de la China Morena ni nadie que haya quedado indiferente ante el atraco que le causó la muerte, nada menos que una arma blanca que le abrió el vientre y le destrozó las vísceras.

Algunos aseveran que no se irá tranquila de la ciudad y que su fantasma seguirá  rondando por las inmediaciones de la Ceja, mientras no dé con el paradero del hombre que le asestó las puñaladas aquella noche en que cerró los ojos por última vez, pero con la promesa de retornar otro día desde el más allá, dispuesta a vengarse de los hombres infieles y maltratadores, que no comprenden que una meretriz, por mucho de que se gane el sustento de la vida entregando su cuerpo como un objeto de placer, tiene también dignidad y merece todo el respeto de todos.

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