sábado, 7 de febrero de 2015


ARTE Y LITERATURA

Si por estética se entiende el estudio de la percepción de lo bello y, por analogía, de la creación artística, entonces resulta lógico que todo producto nacido del ingenio humano con fines de belleza, como ser la música, pintura y literatura, sean agradables a la sensibilidad y consideradas como obras de arte, aunque la palabra arte, estrechamente vinculada a la actividad creativa por medio de la cual el hombre intenta representar de manera bella sus imaginaciones, pensamientos y sentimientos, no siempre es un concepto universal y absoluto para todos, ya que, si se consideran los valores relativos en la apreciación de una obra de arte, lo que es bello para unos, puede no serlo para otros. 

No es casual que cada escuela filosófica, desde Platón hasta nuestros días, se haya planteado las preguntas: ¿Qué es lo bello? ¿Y cómo se mide el grado de belleza de un elemento animado o inanimado? Las respuestas han sido tan dispares como las preguntas que se han formulado a lo largo de la historia. Empero, lo único cierto es que cada individuo, a la hora de referirse a lo bello y lo feo, usa un criterio estético particular y subjetivo, que no siempre coincide con el gusto particular de los demás.
 
A pesar de las controversias y polémicas, que la estética ha generado desde el pasado histórico, existe un criterio generalizado que induce a pensar que la palabra bello o bella es un adjetivo que se aplica a todo objeto animado o inanimado que, luego de ser contemplado y sin previa reflexión, provoca una inmediata sensación de placer, sobre todo, de carácter emocional. Esto ocurre, por ejemplo, cuando una persona se enfrenta a la naturaleza, donde una mariposa, un río, una montaña o una flor, tienen la fuerza de cautivar por su belleza; lo mismo se experimenta ante la belleza de una obra de arte creada por el ingenio humano, a través de un cuadro, poema o composición musical.

Lo grave de este controvertido tema es que los estilistas y críticos de nuestra época, tanto en arte como en el espectáculo, manejan de manera absoluta el término de bello en contraposición de lo feo, como si la relación entre ambos fuese similar a la que existe entre lo bueno y malo, verdadero y falso, agradable y desagradable u otros antónimos que, si analizamos la connotación semántica de la palabra, corresponden a valoraciones relativas y no absolutas, porque, como ya se señaló líneas arriba, lo que puede ser bueno para unos, puede ser malo para otros.

Por eso mismo, considero que no es un criterio muy acertado aseverar que García Márquez sea mejor escritor que Vargas Llosa. En todo caso, es más correcto decir que escriben de manera diferente y que cada uno tiene su propio estilo literario, en vista de que el estilo de un autor es diferente al estilo de otro, sin que por esto ninguno de ellos sea mejor o peor, sino, simplemente, en que ambos son fabulosos en su destreza estilística y estrategia narrativa.

Me resulta igual de difícil aceptar el criterio de que Jaime Saenz era mejor poeta que Ricardo Jaimes Freyre o viceversa, puesto que ambos vates de la literatura boliviana tienen sus admiradores y detractores, sus aciertos y  desaciertos. Todo depende del prisma desde el cual se los mire, puesto que en literatura no existen parámetros científicos ni laboratorios químicos para definir lo que es oro y lo que es bronce, y mucho menos semidioses destinados a decidir lo qué es bueno y lo qué es malo.

Eso sí, lo único que les interesa a los lectores es saber que todo individuo que se expresa de manera lírica, no hace más que practicar la actividad poética, expresando sus pensamientos y sentimientos por medio de las palabras; al igual que un pintor que maneja la composición de los colores en sus cuadros o un músico que aplica la combinación de los sonidos en el ritmo de sus composiciones.

Está claro que el lenguaje del cual se vale la literatura, aunque no difiere en lo esencial del que se emplea corrientemente, está mejor elaborado que el lenguaje coloquial, tanto en el tratamiento del vocabulario como en el tono de la composición poética. Incluso en algunas obras escritas en prosa se perciben gotas de poesía gracias al equilibrio entre la sintaxis fluida del discurso narrativo y la regularidad rítmica de las frases. Esto es muy frecuente, y acaso necesario, en los autores dedicados a cultivar el relato o cuento breve.

Se entiende que el poeta, cada vez que escribe, emplea figuras de dicción o metáforas, intentando evitar voces, frases y giros empleados sin escrúpulos en el habla coloquial, aunque este criterio no siempre se ajusta a todas las literaturas ni a todos los poetas dedicados a exaltar la belleza por medio de los versos como forma de expresión.

Ahí tenemos los casos de Pablo Neruda y Nicanor Parra que, aparte de su natural inventiva, sensibilidad y talento poético, difieren en el manejo del lenguaje poético. Mientras Neruda explaya un lenguaje culto, con cierta dosis hacia los temas políticos y sociales, Parra se empeña en recrear el habla popular, el lenguaje de la tribu, como él lo llama, y en rescatar los temas íntimos de la condición humana. 

En consecuencia, cabe preguntarse: ¿Cuál de ellos es más o mejor poeta? La respuesta dependerá de la apreciación personal y subjetiva que cada lector tenga respecto a lo que los críticos consideran buena o mala poesía. Eso sí, a pesar de las disputas que se generan en torno al genio creativo de ambos poetas, no se puede eludir el hecho de que cada uno de ellos tienen sus méritos propios, que se los ganaron a pulso, dedicación, entrega y pasión, por forjar una obra con fines estéticos, así sus seguidores y detractores permanezcan anclados en sus respectivas posiciones.

Si bien es cierto que toda obra literaria debe hacer mayor hincapié en su forma que en su contenido, es cierto también que el lector es libre de elegir al autor que más le agrada y la obra que mejor llena sus expectativas emocionales e intelectuales, independientemente de las consideraciones de los estudiosos de la literatura, que no siempre coinciden con los gustos estéticos de los lectores, quienes, por intuición y sentido común, son también capaces de definir lo que es buena o mala poesía, lo que les gusta y lo que no les gusta.

En este modesto comentario, que no tiene la mínima intención de dañar sensibilidades, no se pretende otra cosa que aclarar que no existen poderes constituidos ni individuos geniales destinados a imponer normas a los creadores de las obras de arte. Tampoco existen semidioses capaces de levantar muros y trazar fronteras para separar entre la buena y mala literatura, salvo que ésta, para ser considerada realmente como mala, no cumpla con los requisitos elementales que debe tener toda obra literaria creada por el ingenio humano, como es la lucidez en la inventiva y en el diestro manejo de algunos instrumentos lingüísticos, como son el vigor expresivo, la coherencia sintáctica y la claridad semántica; todo lo demás -incluido el gramático y el crítico- viene por añadidura, no en vano se dice: Primero está el poeta y luego el gramático, o dicho de otro modo: Allí donde termina la gramática, empieza el arte de la palabra escrita”.

En consecuencia, se debe entender que el concepto de lo feo y lo bello es una noción abstracta, ligada a numerosos aspectos de la condición humana, y constituye una experiencia por demás subjetiva. En el campo del arte pictórico, por ejemplo, se dice con frecuencia que la belleza está en el ojo del observador; un criterio que no es del todo descabellado, puesto que un mismo cuadro, cuyo principal objetivo es provocar una reacción emocional o sensorial en el receptor, puede llamar la atención más de unos que de otros, debido a que la escala para medir lo que es bello tiene más valores relativos que absolutos.

En síntesis, una determinada obra de arte, en cualquiera de sus manifestaciones, no siempre puede ser bella para todos. Lo que quiere decir que cada individuo, según sus propios conocimientos, percepciones y experiencias de vida, posee la facultad de definir lo que es arte y lo que no es; lo que le parece bello o feo; lo que le resulta buen” o malo, porque como dice el viejo adagio: Sobre gustos no hay nada escrito

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