lunes, 1 de junio de 2015


EL ACHACHI MORENO

La presencia africana en Bolivia ha fortalecido, desde los albores de la colonia, la identidad cultural de la nación andina y, en consecuencia, el rico acervo folklórico que hoy encuentra su mayor expresión a través de la danza de los negritos, tundiquis y morenos, cuyos ritmos y coreografías impresionan a propios y extraños.

El Achachi Moreno, aparte de personificar al caporal negro en la mita y encomienda, luce uno de los trajes más espectaculares del fastuoso Carnaval de Oruro, declarado por la Unesco Obra Maestra del Patrimonio Oral e Intangible de la Humanidad, y en la festividad del Señor del Gran Poder.

La danza de la morenada, basada en el ritmo monótono producido por las matracas, trasunta la penosa marcha de los esclavos encadenados que, una vez capturados y vendidos por los negreros, fueron introducidos en la explotación de los yacimientos de plata en Potosí, donde fueron flagelados tanto por el frío del altiplano como por el látigo de los caporales, que en el Carnaval son representados por otra de las fraternidades cuya danza, mediante saltos, desplazamientos ligeros y haciendo chasquear el látigo en el aire, simboliza la capacidad de mando y control que los caporales tenían sobre los esclavos negros.

El Achachi Moreno, casi siempre a la cabeza de la tropa, avanza a paso lento pero seguro, secundado por un grupo de morenos y chinas morenas que, contorsionando el cuerpo al compás de las matracas de maderas y quirquinchos, exhiben llamativas polleras de gró, vaporosas blusas, botas bordadas y sombreros bombines adornados con plumas de aves tropicales. Las chinas morenas, que no representan necesariamente el doloroso tránsito de los esclavos encadenados, reviven la leyenda oral sobre las hazañas de la negra María Antonieta, quien, a tiempo de rebelarse contra el poder del amo europeo, se valió de su belleza y sus encantos en procura de seducir al caporal, su amante forzoso, y liberar a los esclavos de su condición infrahumana.

Las piezas del traje de la morenada se diferencian de acuerdo a la jerarquía de cada danzante dentro de la tropa. Los vasallos llevan botas de caña alta, un saco como tonelete y un pollerón de tres secciones cónicas, hechos con hilos de Milán y filigranas de plata, al igual que los puños y las hombreras. El Rey Moreno, moviéndose entre quienes lo admiran y le rinden honores, se distingue por la corona y la capa, cuyas hombreras están bordadas con hilo brilloso, pedrería, lentejuelas y perlitas, y los bordes adornados con cristales en racimos. Los motivos decorativos de su traje representan animales fabulosos: dragones, serpientes, lagartos, cóndores y otras alimañas propias de la inventiva de los bordadores que, por su dedicación y experiencia,  han convertido su oficio de artesanos en un arte entre las artes.

El Achachi Moreno, cuyo caparazón termina en una cola de saurio, es el único que lleva una máscara de dimensiones mayores, un cetro y un látigo en las manos, como símbolos de mando y autoridad. No en vano sus parciales le llaman intocable. La máscara del Achachi Moreno, sobreponiéndose a la contextura del cuerpo con una apariencia de monstruo infernal, representa los rasgos exagerados de la raza negra; una característica propia de la máscara del moreno: ojos saltones, labios gruesos, lengua colgante, peluca encarrujada y cachimba entre los dientes blancos y apretados.

La máscara del Achachi Moreno, por su forma y tamaño, refleja, de manera consciente o inconsciente, la personalidad del danzante, debido a que la máscara no sólo oculta el verdadero rostro de quien la usa, y a través de la cual adquiere una personalidad diferente, sino también la revela con todas las connotaciones sociales y económicas de su rango, pues la máscara simboliza lo que somos o creemos que somos. Así, en el Achachi Moreno se funden la máscara y el rostro en una correlación recíproca, dejando al descubierto la posición socioeconómica del danzante.

El traje del Achachi Moreno, bordado con filigranas que simbolizan las riquezas minerales, además de ser la plasmación mítica del imaginario popular, es una de las joyas del folklore boliviano, donde la mezcla entre la tradición cristiana y el paganismo ancestral han dado origen a un sincretismo religioso que, en opinión de los especialistas, es la mejor expresión del llamado realismo mágico en el continente americano.

Cómo no admirar este producto de la fantasía popular, capaz de distorsionar la figura humana y elevarla a un nivel surrealista; cómo no admirar estos trajes hechos con un sinnúmero de materiales que, una vez modelados con paciencia y buen gusto, se transforman en verdaderas obras de arte, dignas de ser expuestas en cualquier galería del mundo. Es cuestión de mirar el alucinante traje del Achachi Moreno para comprender que el grotesco social de una cultura, donde confluyen los diversos modos de contemplar la realidad, es algo tan vivo como la existencia misma del ser humano.

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